Locales

“Tengo deberes sagrados que cumplir” Tacna, bandera viva del sur que aún resiste

Cada 7 de junio, el viento del sur no solo mueve banderas. También sacude memorias. Y en Tacna, donde la tierra ha aprendido a hablar en voz baja pero firme, la historia no se lee: se respira.

Hoy, el Perú entero recuerda al coronel Francisco Bolognesi, el hombre que no pactó con la rendición y eligió la dignidad sobre la vida. “Tengo deberes sagrados que cumplir”, dijo, con la serenidad de los valientes. No fue solo una respuesta al invasor. Fue una promesa al país.

Y esa promesa se ha cumplido, día tras día, en esta tierra donde el sol quema pero no doblega. Tacna, hermana de Arica en la sangre y en el polvo, supo resistir medio siglo sin dejar de sentirse Perú. Aquí no hicieron falta discursos: bastó con seguir hablando castellano en voz baja, bordar banderas en secreto y mirar al cielo sabiendo que, aunque lejana, la patria seguía latiendo en el pecho.

Pero Tacna, como en aquellos años, sigue esperando. Porque si bien el enemigo ya no viste uniforme extranjero, el olvido también hiere. Los gobiernos van y vienen como estaciones que no traen cosecha. Las promesas se repiten, pero no germinan. El sur, fértil en historia y fuerza, sigue siendo tratado como frontera lejana, como eco distante.

Y sin embargo, aquí no se llora. Aquí se recuerda y se camina. Como Bolognesi, cada tacneño lleva en el alma su propio cartucho: de resistencia, de esperanza, de amor al Perú.

El Día de la Bandera no es solo una ceremonia: es un acto de fe. Es mirar el rojo que representa la sangre que no se ha olvidado, y el blanco que aún soñamos conquistar: el de la justicia, el del desarrollo, el de una patria que no excluya.

Desde el sur, con los pies sobre esta tierra que ha sabido doler y sanar, alzamos la bandera no como un adorno, sino como un grito suave: el sur también es Perú. Tacna también tiene deberes sagrados que cumplir. Y los cumple, sin alardes, como siempre lo ha hecho.

Porque hay heroísmos silenciosos que no ocupan estatuas, pero merecen memoria. Y Tacna, la ciudad que no se arrodilló, es una de ellas.

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