Tacna, 26 de mayo de 2025.- En los vastos y áridos parajes del sur peruano, cuando el sol apenas despuntaba sobre las colinas de Tacna, miles de peruanos y bolivianos se alistaban a lo que sería una de las jornadas más gloriosas —y dolorosas— en la historia del Perú: la Batalla del Campo de la Alianza. Aquel día no solo fue escenario de un enfrentamiento militar, sino de una hazaña patriótica en la que el valor de un pueblo se elevó por encima de toda lógica bélica.
La coalición formada por Perú y Bolivia, consciente de la superioridad numérica y armamentista del ejército chileno, no vaciló. Conscientes de que el enemigo contaba con más hombres, artillería moderna y mejor abastecimiento, nuestros soldados no retrocedieron un paso. Sabían que peleaban por algo más grande que sus propias vidas: peleaban por el honor de sus naciones, por la memoria de sus ancestros, por el porvenir de sus hijos.
La Columna de Para: el pueblo salió a defender la Patria
Entre las filas peruanas, destacaron hombres cuyo heroísmo merece ser elevado al altar de la historia: los integrantes de la Columna de Para, grupo de agricultores de la ciudad de Tacna. Hombres de campo, curtidos por el trabajo de sol a sol, sin formación militar pero con el corazón inflamado de patriotismo, se enrumbaron para ofrecer sus vidas a la causa nacional.
No llevaban uniformes brillantes ni fusiles modernos. Muchos estaban armados solo con lanzas, piedras, machetes o viejos rifles heredados. Pero portaban algo más poderoso: la voluntad inquebrantable de defender su patria. En su pecho no ardía el miedo, sino el fuego sagrado del amor al Perú.
Ellos, junto a soldados regulares y voluntarios civiles, resistieron con fiereza los embates del enemigo. En las trincheras improvisadas, bajo una lluvia de balas y cañonazos, no se rindieron jamás. Algunos lucharon hasta agotar su última munición. Otros lo hicieron con sus propias manos.
Una lucha desigual, un heroísmo inmortal
La batalla fue dura y sangrienta. El enemigo avanzaba con paso firme, haciendo uso de su superioridad logística. Pero el valor de nuestros combatientes le dio al día una dimensión mítica. El Ejército del Sur, liderado por el general Narciso Campero (Bolivia) y el general Lizardo Montero (Perú), se batió con dignidad en cada trinchera, cada cerro, cada roca.
A pesar de la desventaja evidente, el espíritu combativo de las fuerzas aliadas dejó una marca imborrable. El Campo de la Alianza se convirtió en altar y cementerio, en símbolo de sacrificio y amor por la tierra.
Cuando finalmente la posición fue tomada por los chilenos, el campo quedó sembrado de cuerpos, pero también de gestas. Cada caído llevaba en su pecho una historia de valor. Muchos jamás serán nombrados en los libros, pero todos están grabados en la memoria de la patria.
Ni olvido ni derrota: solo gloria
Hoy, 26 de mayo, al conmemorarse un aniversario más de la Batalla del Campo de la Alianza, el Perú entero rinde homenaje a esos héroes anónimos y conocidos que ofrecieron todo sin pedir nada. No defendían una posición estratégica solamente, sino la dignidad de un pueblo que jamás aceptará la sumisión.
El recuerdo de la Columna de Para, grupo de campesinos armados solo con su coraje e instrumentos de labranza, de los soldados y civiles que se abrazaron al deber, es la herencia más pura de lo que significa ser peruano.
Este no fue un día de derrota: fue el nacimiento de una leyenda. Porque la derrota militar jamás podrá opacar la victoria moral de un pueblo que prefirió morir de pie antes que vivir de rodillas.
